La violencia doméstica no es solo un asunto personal; es una crisis social, económica y política con consecuencias profundas para la salud pública y el bienestar de las comunidades. Afecta la salud física y mental de más del 20% de las mujeres en algún momento de sus vidas, aso como la salud emocional y psicológica de sus hijos. Los niños que presencian la violencia doméstica suelen cargar cicatrices emocionales profundas que influyen en su comportamiento, sus relaciones y su manera de ver el mundo. Si este trauma no se atiende, puede perpetuar un ciclo de violencia que se repite generación tras generación.

A pesar del aumento en la conciencia pública y de los cambios en cómo abordamos la violencia doméstica, el problema sigue siendo abrumador. Las familias se destruyen, las relaciones se rompen y las comunidades se debilitan. Estamos viendo un aumento alarmante en la violencia familiar—hermano contra hermana, padre contra hijo, esposo contra esposa. El daño es profundo y afecta todos los aspectos de nuestra sociedad.

Cuando comencé a involucrarme en el movimiento contra la violencia doméstica en 1995, como voluntario con el Equipo de Crisis de Asistencia Familiar del Departamento de Policía de San Antonio, vi de cerca su impacto devastador. Vi mujeres atrapadas en el miedo, niños marcados por el trauma y hombres consumidos por ciclos de rabia y vergüenza. También vi las limitaciones de nuestros sistemas actuales. En muchos casos, las víctimas necesitaban más que un espacio seguro—necesitaban sanación, orientación y esperanza. No bastaba con sobrevivir; necesitaban un camino para reconstruir sus vidas.

A través de estas experiencias, comprendí que nuestra manera de enfrentar la violencia doméstica está incompleta. Aunque las intervenciones de salud pública, las protecciones legales y los sistemas de apoyo comunitario son fundamentales, no son suficientes. Muchas víctimas, especialmente aquellas que vienen de comunidades de fe, buscan una sanación y restauración más profunda—un camino que abarca la recuperación emocional, pero también una renovación espiritual.

Este libro propone un enfoque integral que une las enseñanzas bíblicas con estrategias prácticas para prevenir y sanar la violencia doméstica. Explora cómo las enseñanzas de la Biblia sobre el amor, el respeto, el perdón y la reconciliación pueden ofrecer guía y consuelo a quienes han sido afectados por la violencia doméstica.

Este enfoque no busca imponer creencias religiosas, sino ofrecer recursos espirituales a quienes los necesitan. Se trata de crear un espacio de sanación que respete la fe individual y el contexto cultural de cada persona.

¿Por qué incluir la fe?

Porque la fe es poderosa. Ofrece esperanza, fortaleza y valentía. Proporciona una base moral que puede inspirar el cambio, la sanación y la reconciliación. Puede romper las cadenas de la vergüenza, la culpa y el miedo que a menudo atan tanto a las víctimas como a los agresores. Pero lo más importante: ofrece un camino hacia el perdón y la paz.

Este libro no dice que la fe por sí sola sea la solución, ni minimiza la importancia de la protección legal, el apoyo psicológico o la intervención comunitaria. Más bien, argumenta que la guía espiritual puede complementar esas soluciones, brindando un enfoque más completo y compasivo para sanar.

A quienes han sido afectados por la violencia doméstica:

Sepa que su dolor es real, su camino es válido y su sanación es posible.