Hablar en público implica tener cierto nivel de pánico escénico y exige no sólo cierta destreza sino también el desarrollo de una gama de herramientas y habilidades que permitan al líder entregar eficazmente su mensaje.

Debido a ello, muchas personas se entrenan o capacitan en el arte de hablar en público, se preparan para escribir un mensaje que llegue a la audiencia y ensayan para realizar una entrega impecable, en aspectos más técnicos son cuidadosos del escenario, del sistema de sonido, que el recinto tenga la acústica y todo lo necesario para que su presentación o discurso sea lo máximo.

Son conscientes, quizá, de su pánico escénico y lo han trabajado a través de ciertos ejercicios, cuidan su respiración y procuran la vestimenta más idónea para transmitir la mejor imagen, cuidando hasta el más mínimo detalle.

Sin embargo, por extraño que parezca, hay un elemento que no ha sido considerado en toda esta ecuación, ecuación hasta el momento centrada en la persona de quién habla en público y ese elemento es la propia audiencia.

Estamos más preocupados porque nuestro discurso tenga un buen efecto, nuestra imagen proyecte los valores que deseamos mostrar a los demás y que nuestra entrega sea impecable; que olvidamos a nuestra audiencia, que es el otro elemento esencial de este sistema, ¿qué es un orador, sin una audiencia? ¿cómo transmitir tu mensaje, si nadie está escuchando? (emisor-mensaje-receptor).

Por eso, hoy más que nunca: ¡Es la audiencia, estúpido!

Para los líderes políticos lo más importante es motivar a sus electores, esta motivación debe tener como resultado que los ciudadanos voten por el proyecto político que abandera el líder; lo más importante de esta motivación es que los ciudadanos voten a ese proyecto político porque quieren y creen en él, es decir, que el ciudadano decida seguir al líder, no por el líder en sí, sino por una creencia o convicción en él.

A lo largo de la historia hemos visto casos donde los protagonistas han tenido todos los elementos del éxito a su favor, y a pesar de ello, han fracasado; en el opuesto, individuos con muy pocos o ninguno de estos elementos de éxito, y a pesar de ello, han triunfado. ¿Qué determina que unos tengan éxito donde otros fracasan? ¿Cómo explicar que algunos son capaces de lograr cosas que parecen desafiar todos los pronósticos?

Como respuesta a estas interrogantes, Simon Sinek, escritor, consultor y conferencista TED, señala que existe un patrón entre los grandes líderes u organizaciones para inspirar a la acción, ya que ellos piensan, actúan y se comunican de forma diferente. De esta manera Sinek presentó de forma sencilla cómo los grandes líderes inspiran a la acción, y lo llamó el modelo del Círculo Dorado.

En esta cultura hipervisual, donde se alza el reino de la imagen o el video; el desafío en esta sociedad le exige al líder político desarrollar la habilidad de comunicación, el reto no es solo captar la atención del público y mantenerla el mayor tiempo posible, sino pasar por todo un recorrido que permita al líder político cumplir con los objetivos planteados por la estrategia en torno al mensaje.